Colombia, del voto útil al voto extremo
viernes 13 de junio de 2014 Juan Manuel Santos se juega todo este domingo en la segunda vuelta de las elecciones de Colombia. Hoy asegura que sólo la ultraderecha colombiana no quiere la paz. Santos ha descubierto esa ultraderecha, de la que formó parte, cuando Uribe y su candidato lo han puesto a él en centro del eje del mal castro-chavista.

Parece que Colombia tiene miedo al presente y pánico al futuro. Las encuestas son incluso contradictorias, pero no descartan un triunfo de Óscar Iván Zuluaga, el candidato orquestado por el ex presidente Álvaro Uribe Vélez. De cumplirse el pronóstico de las encuestas de Ipsos-Napoleón Franco o de Cifras y Conceptos, Zuluaga ganaría por entre 5 y 7 puntos este domingo a Juan Manuel Santos. Otras hablan de un empate técnico que desconcierta a los propios candidatos. Es cierto que las encuestas acertaron poco en la primera ronda electoral, pero si esta vez apuntan bien, Santos sería derrotado por lo que hoy, en entrevista con la Cadena Ser de España, ha denominado sin nombrarla como “ultraderecha colombiana”. “Todos los partidos y organizaciones, desde los de ultraizquierda, izquierda, centro y centro derecha han mostrado su apoyo al proceso de paz que estamos adelantando, solo la ultraderecha de este país quiere la guerra”. Santos se refiere al tema medular de la campaña electoral, al que le ha apostado casi todo su capital político.
El Gobierno de Santos ha querido mostrar resultados en las negociaciones de paz que mantiene con la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) desde el segundo semestre de 2012. En las últimas semanas se han logrado acuerdos significativos respecto al papel del narcotráfico en la guerra de Colombia y respecto al proceso de verdad, justicia y reparación a todas las víctimas del conflicto. Además, el martes pasado, Juan Manuel Santos, informó al país de la apertura de un proceso paralelo con la guerrilla del ELN (Ejército de Liberación Nacional), la segunda en tamaño del país.
Para Uribe, el candidato real que se esconde tras Zuluaga, “un gobierno [el de Santos] que no se hace querer de los sectores populares, le está cediendo ese espacio a grupos radicales, como la Marcha Patriótica y a esos se les va a sumar estos de las FARC, y esos hombres nos pueden llevar a nosotros en el 2018 a un camino Castro-Chavista, que ojala no se dé, pero que los que vemos ese escenario tenemos que denunciar y combatir”. Ahí están las claves de la campaña de Zuluaga: populismo combinado con la agitación del miedo a la izquierda.
Las extrañas amistades del voto útil
En estas elecciones, en todo caso, no vota Colombia, sino una ínfima parte de la población habilitada. Como recuerda en Rebelión el poeta Mauricio Vidales, miembro del Movice y del Partido Comunista Colombiano en España, “tan sólo 7.061.786 personas (sumatoria de los votos de Zuluaga y Santos) de las 32.975.158 aptas para votar en las elecciones colombianas [en la primera vuelta], pronunció su voluntad de seguir entregando la nación a la más recalcitrante oligarquía latinoamericana o a la más sofisticada maquinaria de descomposición social apoyada en las estructuras mafiosas que han penetrado todos los poderes y ámbitos de la actividad política y económica, incluso estableciendo una hegemonía cultural que campea a sus anchas por todo el territorio nacional: la cultura traqueta”. Los candidatos a la segunda vuelta están desesperados por cosechar esos pocos votos que les permitirán gobernar el país y lo hacen en un clima extremadamente polarizado.
Esa polarización es tal que ha provocado “amistades” inimaginables hace unos años. La candidata presidencial del Polo Democrático (Clara López), la Unión Patriótica, o algunos de los principales centrales sindicales (la CUT, la CTC y la CGT) ham mostrado su apoyo a Santos, al igual que los sectores empresariales de mayor peso en el país. Las razones son diferentes. En el caso de las organizaciones progresistas se trata de frenar el regreso del “uribismo”, un tiempo oscuro de autoritarismo, militarización y nacionalismo fácil que cautivó durante muchos años a buena parte de las derechas latinoamericanas y de los grandes conglomerados empresariales internacionales. Los empresarios colombianos y parte de la derecha más moderada se apoya en Santos para conseguir una paz (aunque sea en el papel) que permita explotar los recursos del país en territorios ahora sumidos en la guerra y que, por otra parte, estabilice un país tristemente acostumbrado a los vaivenes guerreros.
Desde los sectores intelectuales de la izquierda la confusión es mayúscula. Una veterana ex guerrillera confesaba hace unos días que mientras los “que estuvieron en el monte están por votar a Santos como mal menor, los intelectuales urbanos se niegan a ese voto útil”. Y quizá esa contradicción se ha hecho patente en William Ospina, el reconocido escritor e intelectual de izquierdas que incendió el debate el pasado 30 de mayo con una columna titulada De dos males en la que, tras declararse partidario de Chávez, Mugica o Evo Morales, afirmaba: “Considero a Zuluaga el menor de los dos males. ¿Por qué? Yo lo resumiría diciendo que el uribismo es responsable de muchas cosas malas que le han pasado a Colombia en los últimos 20 años, pero el santismo es responsable de todas las cosas malas que han pasado en Colombia en los últimos cien años. Y si me dicen que Santos no tiene cien años, yo le respondería que tiene más”.
La polémica tras las afirmaciones de Ospina o las apuestas determinadas por el voto útil antiuribista de muchos de los generadores de opinión en la Colombia urbana muestran, en todo caso, la estrecha encrucijada a la que se enfrenta el electorado: elegir la derecha de Santos (que apuesta a una democracia formal que no real y busca una paz necesaria para los negocios) o la ultraderecha de Zuluaga-Uribe, que explota su propia radicalidad apoyada en una especie de nacional socialismo compuesto, en dosis extremas, de populismo, nacionalismo y guerrerismo.