Cosas pequeñas para cambiar el mundo
domingo 28 de agosto de 2016 De un caso concreto a una sociedad con profundos problemas. ¿Nos paralizamos? El columnista nos invita a la revolución de las pequeñas cosas, esa que siempre está en nuestras manos.
Clodomiro bebió litros de cerveza durante su partido de bolo criollo en la vereda de San Vicente de Chucurí (Colombia) que habitaba desde hace años –tal vez desde que nació-, tal y como lo hacía casi todos los domingos. Luego cruzó el camino hacia el centro de capacitación campesina donde su esposa trabajaba media jornada los fines de semana, preparando la comida. Desde el cruce la vio hablando conmigo, que estaba con una pierna fracturada encima de una silla y prefirió esperarla.
Cuando ella salió, caminó tras ella unos 500 metros, en silencio, antes de asestarle el primer golpe con la parte plana del machete. Planazos le llaman a los golpes que se dan con la herramienta por la parte ancha. Su intención no era matarla, sino darle una lección. Con dos semanas en recuperación, ella de seguro “aprendió”. Aunque su única “falta” fue ofrecerme el almuerzo en una bandeja.
No la alcancé a ver antes de que se le disolviera el morado de los ojos. Clodomiro no volvió a dirigirme la palabra. Se escabullía con una actitud que yo interpretaba como vergüenza cuando por casualidad nos cruzábamos cerca de la tienda donde estaba el juego de bolo criollo. Influyó también que fue declarado persona no grata en el centro de capacitación, aunque no se hizo nada más al respecto.
En Santander, Colombia, la violencia intrafamiliar es parte de la vida cotidiana. Es una de las primeras cosas que decían las personas que conocí desde el año 1998, que se debían resolver para vivir mejor en las veredas cercanas de San Vicente de Chucurí y Barrancabermeja.
Quienes íbamos desde afuera, al hacer un primer diagnóstico pensábamos que era necesario mejorar las vías de acceso, un alcantarillado, generar canales de comunicación, montar proyectos productivos, de agua potable... Pero la gente que vive su día a día, lo único que considera prioritario es tener una vida tranquila y solucionar problemas que a veces parecen básicos.
A veces, nuestra mirada se complejiza en este mundo global, y olvidamos que hay que resolver cosas mínimas para poder seguir con el paso siguiente -inundados de tecnología, canal por cable, celulares con o sin conexión a Internet, pero que al menos lo parezca-.
Al menos una de cada tres mujeres ha sido golpeada, obligada a mantener relaciones sexuales o sometida a algún otro tipo de abusos en su vida, según un estudio basado en decenas de encuestas de distintas partes del mundo. Y bueno, nunca está de más decir lo que ya hemos escuchado hasta el cansancio: “El autor del abuso, en un alto porcentaje de las veces proviene de un familiar o un conocido”.
Una estadística escalofriante. Eso quiere decir que en mi salón de clases de primaria y secundaria, que se conformaba de 22 mujeres y 14 hombres, al menos 7 fueron víctimas de alguna de estas aberraciones.
¿Qué se hace ante esta realidad? A veces nos concentramos tanto en mirar los problemas globales, que no caemos en la cuenta de que las personas necesitan resolver su mundo inmediato, construir un mundo íntimo estable, generar una fortaleza que permita seguir viviendo para poder tener la fuerza y el empeño por cambiar el mundo.
Cosas pequeñas son las que cambian el mundo. Cosas pequeñas son las que hacen la diferencia. Cosas pequeñas, que a veces son inmensas. Sembrar una semilla de autonomía, de libertad, puede hacer la diferencia de una vida, que puede influir en muchas vidas. Nacer en un lugar, de un vientre determinado, de la fecundación de un óvulo equis, son cosas que no podemos cambiar. Todo el resto, depende de nosotros.
Escuchar el tiempo necesario a un amigo, a una amiga, caminar bajo las hojas otoñales de Parque Forestal -en Santiago- con la persona que lo necesita, mirar el cielo y dejarnos inundar por lo que nos dice, son cosas pequeñas, que marcan la diferencia. Que el mundo sea una mierda no es algo que podamos resolver de buenas a primeras, pero que la vida sea una maravilla, depende sólo de nosotros.
Si Clodomiro hubiese tenido otra vida. Si Clodomiro cambió después de esa paliza que le hizo sentir vergüenza es algo que tal vez nunca sepa. Pero estoy seguro de que algo más de lo que hice, pudo hacer una diferencia.